El sol como un pájaro de fuego
asoma en la penumbra y al levantar
el vuelo
se mira en los cristales pintando
arboledas
villorrios y celajes
Pero en
el carbón de la noche
cuando
los ojos felinos son lunas diminutas
los Uros
echan las redes en cardúmenes plateados
y en el
lance cruento de escape y arremetida
los
pescadores cumplen con la ley de la vida
¿Y las bogas sucumben por azar del destino?
sus muertes encarnan alivios
cotidianos
en ese imperio bruno sin limbos ni
paramentos
donde unas balsas esperan al viejo
remero
que nunca regresa
¿Y en dónde los Uros sepultan a sus
muertos?
En la
cima violácea de oteros baldíos
conversan con ellos bajo el rostro
del cielo
¿Y acaso no hay una huesa
que arde en el regazo incógnito del
lago?
Oscuros
presagios infunden las nubes
que se desmoronan de muros celestes
y en la fosa que deja la luz del relámpago
una cruz de angustia amortaja el
silencio
Allá en
lo original y transparente
donde el agua y el aire son una
compañía
y el hombre se mira en el cáliz de
su sombra
donde el silencio divide la senda
conocida
y las luces meridianas de un mundo
ignoto
Allá en
lo natural y tangible
donde los ojos del balsero coronan
su destino
y el llamado del lago como un
vaticinio
cae sobre sus hombros para
recordarle
el tiempo que debe a los años
venideros
CÁLAMOS
Del
sol y la nieve se plasmaron tus ojos
y del guijo fundido la arena
que te envuelve
Del eje que sostiene la
densidad de tu vuelo
el hálito encendido que
remoza el continente
Los
fúlgidos astros irradian con sus bornes
a
solistas de cálamos y orfebres de quimeras
El
Salvador del espacio cabalga por la niebla
hendiendo
con su látigo el ánfora de las nubes
La lluvia besa la frente
arrugada del ande
y aclara en la senda la
imagen de los pasos
Los náuticos atisban a
nereidas desnudas
que ofrendan sus danzas al vesubio del sol
ESPEJO
DE AGUA
Cielo
vertido en la cuenca ventral de la tierra.
Desde
eras olvidadas y lozanas primaveras
te fundes en los días como un
ojo de filtro
diseminado en la espuma
y la bruma del tiempo.
Santuario
de piedra forjado en el empíreo
de las islas suspendidas;
¿Qué manos tallaron la
solidez del granito
bruñido en la litografía?
¿Qué
manos deshilan los tejidos subterráneos
de blanquecinas cabelleras?
Habitan
tus olimpos los reyes de la alborada
y brindas tus paraguas a los
dioses de la tormenta.
Recibes apacible las lluvias
estelares
y un pozo de nostalgia inunda
la aleta
en la vorágine del balsero.
Vives
siempre alerto como un puma iracundo
errante
en la noche bajo las redes del invierno.
Felino insomne de pelaje acuoso
y retina de viento;
¡Cómo
rugen tus caninos en los grilletes
que
arrastran los pies de los alcores¡
¡Cómo
trotas en las mallas
que
te extiende la luna
en
la estepa azul de las estaciones!
Eres
el origen
del
canto salvaje escrito en la hierba,
del
aire que respiran taciturnos habitantes
forjados
en la arcilla
caldeada
por la nieve.
Eres el origen
del lenguaje grabado en la
flor de la piedra,
de la gracia que los niños
despiertan en balsas
bajo estrellas que titilan
en peces voladores.
Eres el origen
del pecho abrumado en la
blanca marea,
de los ojos que sostienen la
claridad del cielo.
buscando el vellocino
perdido en tu inmensidad.
UN RÍO EN
En la lengua azulada de la bahía de Puno
serpentea silencioso el apacible río Wuily[1]
Un arco iris centellea en el mapa de su cauce
como una cobra extendida
de pausados movimientos
Río de extraño origen sin bridas y sin murallas
relator ameno de fábulas y romanzas
embajador de la tierra
aliado de pescadores
Los Uros horadan su tránsito sereno
para anclar en la orilla de unos ojos
que esperan tostados en arrecifes
Las hojas de las riberas se van
con la corriente como palabras olvidadas
de sueños inolvidables
y en el brillo de sus espejos
los ánades se peinan para ir al cortejo
Pero en la cárdena bahía repta la lenteja
fétido embozo verde/ sepulcro del humanto[2]
donde los párpados de las aves
rondan como anillos opacos y vacíos
y la tarde hialina que emerge del lago
se asfixia en la ciudad
[1] Río Wuily.- Río dentro del lago que cruza la Bahía de Puno.
[2] Humanto.- Pez del Titikaka en estado de extinción.
EL LAGO Y EL HOMBRE
Antes que el hombre artigue la soledad de tu llanura
sólo envolvía tu regazo el sudario del hemisferio
cuando tu pureza cantaba en el timbal de las piedras
y las fauces de los peces no conocían los anzuelos
Sol y agua/ tierra y canto/ era tu clara desnudez
Después arribó el hombre al río de los siglos
después se sintió frío/ desolación y hastío
cuando los cóndores volaron en el tinte
de los mantos y los camélidos remontaron
la ruta de los astros
He aquí la vida en el espacio y en la tierra
La flauta solloza en el tímpano de la tarde
y la voz de la locomotora exilia a las vizcachas
Se burilan felinos en la dureza del cuarzo
y en los mástiles se alejan las gaviotas
de los sueños por la isla de la Luna
¡Qué ojos no celebran la brisa de tu mirada!
esa luz argentada que siembra nelumbios
y enciende una estrella en rostros apagados
¡Qué mozos no juegan con bellotas de ventisca
modelando a guerreros que desploma el sol
Filigranas de balsas surcan nubes errantes
donde vuelan ensueños como azules mariposas
que se elevan o naufragan en su búsqueda secreta
donde se hunden las redes en flujos incesantes
y las aves se disecan en verandas de viento
NÁYADES
En la gema de los siglos abdicaron dinastías
se tallaron sus nombres en osarios olvidados
y en la cuna tornasolada de tu cerámica antigua
se renuevan las tintas con sangres diferentes
Pero adentro en el crisol de la ciénaga
el matiz del calicanto y el idioma del anfibio
la maraña del musgo y la brújula del bagre
aún viven intactos en su acuario insondable
¡Oh templo misterioso fortaleza de anuros!
¿Qué talismán abre la puerta de tus pedernales?
En noches de plenilunio una ciudad mirífica
se yergue en tu reserva donde sílfides hermosas
atraen con su hechizo a noctámbulos bohemios
que se pierden fascinados en la tumba del lago
EL RÍO
Baja el río sediento de labios y aromas,
sus ojos de ave planean en las ramas,
besan el espacio y se posan en un celaje,
descienden a las piedras donde corren
y se detienen cogidos de las manos
que los árboles extienden.
Su tersura es grácil como las madejas
y sus pies ásperos como de fauno que trota
en bosques silentes; gira taciturno soterrado
en inviernos, o triunfante en primaveras,
altivo y transparente abriéndose paso
en trágicas reyertas, golpeando entusiasta
su tambor de níquel, o durmiendo en remansos
bajo los peñascos de nubes viajeras.
Amanece en valles con el mundo
en sus párpados, ganando distancias
como chasqui heroico, masticando sueños
y deshilando olvidos, o hablando en silencio
con los ojos grises de oasis dormidos.
En los prados juega con las mariposas
como tigre tierno que retrata en sus iris
el color de las flores, y va retozando
bajo el sol que incendia su rubio pelambre,
va musitando facundias fragantes,
latidos intensos de fiera impasible
que mira la senda y sigue su destino.
El rugido del trueno levanta su melena,
y brama en las fauces de gárgolas salvajes,
despliega una mueca en las ensenadas,
e inunda los nidos colgados de estambres,
enturbia la sombra de caballos gigantes,
y rompe en corrientes a grandes carcajadas.
El río es un hombre con piel de guepardo,
la suma de los días que archivan los relojes;
nómada perenne exento de fronteras,
virando sonoro hacia mundos velados
y agitando silencios en olmos desiertos,
llevando la fragancia de los bosques
a las urbes y cerrando los brazos para ser
un canto en el eco de las campanas.
Siembra sonrisas en el rostro del orbe
y se lleva la luna como un pez azulino,
separa la luz con sus dedos de espuma
y amasa la harina en la yema de los días,
germina venturas en tierras baldías
y revienta el capullo de ansias reprimidas,
agita los címbalos en templos y osarios,
y lava acucioso las perlas y quimeras.
La leyenda de su canto perdura en el olvido,
tiene tanto de árbol, de ave y de nieve,
de fiera indomable y de piedra mutable,
y tiene de humano por sus bondades y horrores.
Sus pies desconocen su origen sagrado
y la edad que luce el marfil de sus
dientes, sólo sabe que un día llegará
a necrópolis, al cielo donde bogan
las almas canoras, para volver a ser nube,
o río que fecunda la matriz de la tierra.
PROVENGO
Qué árbol no germina en la arcilla oxigenada
y despliega sus estambres
para nutrir la especie.
Qué ave no transporta una tarde en las pupilas
para cambiar el sueño
y la letra de su canto.
Qué hombre no revela un ocaso en la mirada
y busca atribulado el nepente de las horas
para solazar su murria.
Y yo provengo
de la sombra trémula que proyecta la luna
en moradas silentes,
del martillo con que mi padre dio forma a la vida,
de la sed que los viajeros cuelgan en oasis
para vencer distancias.
Provengo
del trino que orquestan los jilgueros
en el cárabe de las frondas,
de la musa dormida en la soledad de los glaciares,
del canto de unas hénides que bailan
como ruecas en el charango de las cascadas.
Provengo
de unos ojos que miraban con tristeza
lejanías sin confines,
del jazmín encendido en la noche sin estrellas,
de unos besos furtivos que se fueron
como pétalos arrasados por el viento.
Provengo
de los remos que blanden los balseros
al filo de la tormenta,
del ábrego que se desliza en el declive de los días,
del súbito granizo que alborota en los árboles
el gorjeo de los zorzales.
Provengo
de la greda que alumbra las simientes
en la matriz de la primavera,
del hacha destellante que resuena en los silencios,
del cálido resuello de los toros yunteros
que roturan la mañana.
Recuerdo cuando niño ponía unas piedritas
lisas y ovaladas en la pala de la honda,
ya comprendía que las piedras no son redondas
porque así las hizo el hombre,
sino porque bogaron en el cincel de los ríos,
en hondos remolinos que al verlos causa asombro;
porque erraron por sendas desde pretéritas eras,
entre riscos y praderas, estepas y montañas
de donde yo vengo.
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